Ya en el siglo I de nuestra
era se empleaba la salicaria como coagulante en las pequeñas hemorragias
sanguíneas. Su identificación botánica fue motivo de discusión durante siglos,
ya que en Alemania se la confundía con el quenopodio zurrón o ansarina. Los pastores
y agricultores llevan considerándola muchos años como una mala hierba y, por
tanto, que se debe erradicar. Fue en el siglo XII cuando se definen sus
virtudes medicinales y hasta hoy en día perdura como un eficaz hemostático.