El bambú es una planta tropical
milagrosa. Es una caña ligera, resistente, elástica, apta para todos los usos.
Pértiga para los acróbatas, caña o bastón que sirve a los maestros Zen para
llamar al orden a los discípulos adormecidos o distraídos.
El bambú se pliega dócilmente en
forma de cesto, de celosía, de jarrón e incluso de de tambor. Con algunas
especies se fabrican muebles, con otras, en Japón y China, se construyen
pueblos enteros. Una especie singular, precoz y carnosa recibe el nombre de “bambú
de Môzô”.
El nombre lo debe a un tal Môzô,
que vivía en China, en la región de Kiang Hia del antiguo reino de Wu
(actualmente provincia de Hu-Pei), en el siglo III de nuestra era. He aquí la
historia de Môzô, tal como la han transmitido desde los siglos pasados.
Los brotes de bambú
(Cuento de origen
chino)
Môzô, huérfano de padre, vivía
solo con su madre, a quien profesaba una gran piedad filial. Empleado de obras
públicas, era un escriba modélico que caligrafiaba de maravilla, y todos lo apreciaban por su modestia y su celo.
Durante sus horas de asueto, iba por el campo para recoger una especie de bambú
particular cuyos brotes grandes y tiernos constituyen un manjar refinado. A su
madre la chiflaban.
Llegó un momento en que su madre
ya no podía tomar una sola comida en la que el primer plato no fuesen brotes
frescos de bambú. Môzô corría por campos y bosques, en invierno y en verano,
para ofrecerle a su madre sus brotes de
bambú preferidos.
“¡Ay, hijo mío! - exclamaba la
señora. - ¡No sé qué haría sin mis brotes de bambú! Ya no me gusta otra cosa
desde la muerte de vuestro padre. ¡Creo que me moriría!”.
Y Môzô corría por el campo, exploraba
las campiñas, los prados, las lindes de los bosques, y todos los días traía
para su madre los brotes de bambú que tanto le gustaban.
Pero resultó que, aquel año, en
el reino de Wu, el invierno fue excepcionalmente riguroso. Nevó en abundancia.
El suelo estaba helado. Môzô corría más que nunca por los campos y los bosques,
descubría los brotes de bambú donde ningún otro hubiera encontrado nada. Los
recogía bajo las acumulaciones de nieve, en lo más profundo de los bosques, en
todas partes. Pero una tarde volvió a su casa con las manos vacías. Su madre se
negó a comer. Los días siguientes, Môzô regresaba con las manos vacías y
desesperado:
“Madre, hago todo lo que puedo,
corro de norte a sur, de este a oeste, pero mientras persista esta nieve, no os
podré ofrecer los brotes de bambú que tanto os gustan. Os lo ruego, aceptad
comer.”
Pero la madre de Môzô no
respondía. Se negaba a alimentarse, ni bebía ni comía, y comenzó a desmejorar.
El cielo estaba azul, frío, implacable, y todo el campo estaba endurecido bajo
la nieve helada. Entonces, una mañana, Môzô desesperado, alzó los ojos al
Cielo:
“Desde hace años - se lamentó -,
mañana y tarde, de norte a sur, de este a oeste, he buscado en todas las partes
los brotes de bambú. Ni un solo día se los he dejado de traer, para que no
muera, y ahora ya no puedo encontrar”. Se retorcía las manos, apesadumbrado, y
dirigía la mirada al jardín que tenía delante de casa, a la nieve fría e
indiferente a su dolor.
En aquel momento, en que estaba
de rodillas implorando al Cielo, distinguió en medio de la blanca alfombra tres
brotes violáceos que emergían de la nieve. ¡Tres brotes de bambú! Los tomó y se
los llevó a su madre. Ella comió y bebió, y se salvó la vida. Desde entonces,
tanto en China como en Japón, aquel bambú recibe el nombre de “bambú de Môzô”.
Es el símbolo de la piedad filial.
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