A veces se cree que sólo los grandes gestos tienen valor y que
lo pequeño no cuenta. En ocasiones es el argumento perfecto para no hacer nada,
empezando siempre para el futuro cualquier modificación sobre la conducta. Pero
en nutrición todos los cambios para bien son una buena noticia, por pequeños
que resulten. En muchas ocasiones pueden hacerse grandes cosas con
relativamente pocos sacrificios.
Veamos algunos ejemplos:
Cambiar el desayuno
de café con leche y pasta por otro. Un buen desayuno consta de fruta
cereales y un alimento lácteo. La primera toma de la mañana debe aportar
alrededor del 25% del total de las calorías de la jornada.
Preferir la fruta de
postre. Es mejor que cualquier otra opción. Aumenta el aporte de vitaminas,
minerales y fibra, al tiempo que se reduzca el del azúcar, grasas y calorías.
Sustituir los
cereales refinados por integrales. Con esta medida se aumenta el aporte de
fibra, que a menudo es deficitario, contribuyendo a la regulación de tránsito
intestinal, así como el de vitaminas E y del grupo B.
Sustituir hervidos y
fritos por cocciones al vapor y al horno. Con los hervidos, si no se
aprovechan los caldos, se pierden demasiados nutrientes, mientras que con los
fritos aumenta notablemente el contenido calórico los platos.
Cambia la bollería de
la merienda por un bocadillo. Es una forma sencilla de reducir el consumo
de azúcares y de grasas saturadas, pues el pan no las contiene.
Utilizar aceite de
oliva para cocinar. Debido a su estructura, el aceite de oliva es el que
mejor resiste la exposición a elevadas temperaturas sin desnaturalizarse. Otros
aceites con mayor grado de grasas poliinsaturadas, como el de girasol y maíz,
se descomponen en mayor grado y dan lugar a productos potencialmente
perjudiciales para la salud.
Sustituir la leche
entera por leche desnatada. Se evitan así las grasas de la leche que, en su
mayor parte, son saturadas, las que se asocian con un aumento los niveles de
colesterol. En algunos casos contienen residuos de medicamentos y de plaguicidas.
Usar plantas
aromáticas, especias y reducir la sal. El gusto por la sal se aprende, y
desde pequeños somos acostumbrados a su sabor. Pero nutricionalmente no es
necesario su consumo, y cuando éste es elevado se convierte, para las personas
susceptibles, en un factor que de riesgo de padecer hipertensión arterial. Por
ello, limitar su consumo es siempre una buena práctica. Las plantas aromáticas
y especias pueden ayudar mucho a ello.
Preferir productos
sin aditivos. En ocasiones un mismo producto puede encontrarse en el
mercado con aditivos o sin ellos, o al menos con una menor cantidad. Es el caso
de salsas de tomate, mayonesas o panes del molde.
Elegir productos
ecológicos. Siempre son preferibles a los de la agricultura intensiva o de
invernadero. Los ecológicos no contienen plaguicidas ni otras sustancias que
puedan acumularse en las grasas del organismo. Los convencionales sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.