Tener en cuenta estas claves puede ayudar a reformular nuestra forma de pensar, sentir y actuar.
- Evitar las ideas del tipo “todo o nada”. La realidad no es “buena o mala”. Las cosas no son “blancas o negras”. Si pensamos en esos términos, somos rígidos y no damos lugar a matices o puntos de vista.
- No generalizar demasiado. Alguien mintió o no acudió a la cita, pero eso no significa que en todos los casos. Conclusiones que comiencen con “siempre” o “nunca” suelen conducir a exageraciones.
- No minimizar lo bueno. Siempre hay algo positivo para destacar. Si lo pasamos por alto o lo desvalorizamos, perdemos la oportunidad de apreciar sus ventajas.
- Por menos o por más. Nos equivocamos tanto cuando exageramos la importancia de un problema como cuando minimizamos nuestras capacidades para afrontarlo.
- Evitar las predicciones. Ante indicios confusos o que nos despiertan ansiedad, anticipamos la peor conclusión. Pensar que algo saldrá mal incide en su resultado.
- Decir “no” a las suposiciones. En nuestra comunicación cotidiana es frecuente que creamos que otro (amigo, pareja, compañero) piensa o siente de un modo. ¿Cómo sabemos que es así? Preguntar es mejor que suponer.
- Huir de la victimización. Frases o sentimientos como “¿por qué me toca siempre a mí? o “siempre tengo mala suerte” o “¿por qué a los otros sí y a mí no? nos alejan de la responsabilidad sobre nuestros actos.
- No poner ni ponernos etiquetas. Al equivocarnos, no toda nuestra persona merece ser descalificada y algo similar ocurre cuando otros cometen errores. No es lo mismo decir “hice esto” que “soy un tonto”. Pero atención: tampoco responsabilizar a los demás por errores.
- Poner límites a la propia responsabilidad. Si nos creemos responsables de cada problema (una separación, un hijo que desaprueba, etc.), sólo sentiremos culpa. Esta idea, sin embargo, oculta otra más negativa aún: creer que todo está bajo nuestro control.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.