8/5/12

Haz pequeños cambios, para lograr grandes beneficios

A veces se cree que sólo los grandes gestos tienen valor y que lo pequeño no cuenta. En ocasiones es el argumento perfecto para no hacer nada, empezando siempre para el futuro cualquier modificación sobre la conducta. Pero en nutrición todos los cambios para bien son una buena noticia, por pequeños que resulten. En muchas ocasiones pueden hacerse grandes cosas con relativamente pocos sacrificios.
Veamos algunos ejemplos:

Cambiar el desayuno de café con leche y pasta por otro. Un buen desayuno consta de fruta cereales y un alimento lácteo. La primera toma de la mañana debe aportar alrededor del 25% del total de las calorías de la jornada.

Preferir la fruta de postre. Es mejor que cualquier otra opción. Aumenta el aporte de vitaminas, minerales y fibra, al tiempo que se reduzca el del azúcar, grasas y calorías.

Sustituir los cereales refinados por integrales. Con esta medida se aumenta el aporte de fibra, que a menudo es deficitario, contribuyendo a la regulación de tránsito intestinal, así como el de vitaminas E y del grupo B.

Sustituir hervidos y fritos por cocciones al vapor y al horno. Con los hervidos, si no se aprovechan los caldos, se pierden demasiados nutrientes, mientras que con los fritos aumenta notablemente el contenido calórico los platos.

Cambia la bollería de la merienda por un bocadillo. Es una forma sencilla de reducir el consumo de azúcares y de grasas saturadas, pues el pan no las contiene.

Utilizar aceite de oliva para cocinar. Debido a su estructura, el aceite de oliva es el que mejor resiste la exposición a elevadas temperaturas sin desnaturalizarse. Otros aceites con mayor grado de grasas poliinsaturadas, como el de girasol y maíz, se descomponen en mayor grado y dan lugar a productos potencialmente perjudiciales para la salud.

Sustituir la leche entera por leche desnatada. Se evitan así las grasas de la leche que, en su mayor parte, son saturadas, las que se asocian con un aumento los niveles de colesterol. En algunos casos contienen residuos de medicamentos y de plaguicidas.

Usar plantas aromáticas, especias y reducir la sal. El gusto por la sal se aprende, y desde pequeños somos acostumbrados a su sabor. Pero nutricionalmente no es necesario su consumo, y cuando éste es elevado se convierte, para las personas susceptibles, en un factor que de riesgo de padecer hipertensión arterial. Por ello, limitar su consumo es siempre una buena práctica. Las plantas aromáticas y especias pueden ayudar mucho a ello.

Preferir productos sin aditivos. En ocasiones un mismo producto puede encontrarse en el mercado con aditivos o sin ellos, o al menos con una menor cantidad. Es el caso de salsas de tomate, mayonesas o panes del molde.

Elegir productos ecológicos. Siempre son preferibles a los de la agricultura intensiva o de invernadero. Los ecológicos no contienen plaguicidas ni otras sustancias que puedan acumularse en las grasas del organismo. Los convencionales sí.

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